Paisajes del futuro de la Ciudad de nuestro desvelo

Foto cortesía Suwon Lee suwonlee.com
Son ya diez años desde el lanzamiento de Ciudad Evolutiva, un proyecto de arquitectura, urbanismo y paisaje que, en sus esfuerzos de construir la Caracas del futuro, intentó descifrar su identidad. Una década después, la identidad de la urbe sigue siendo tan crucial para ella como para sus habitantes. Qué simboliza Caracas, quiénes comparten los mismos símbolos, más allá de Catia y Petare; qué representa la capital para los que viven a su margen, cuáles son sus linderos, qué es la Gran Caracas y cuál es la resonancia de esa denominación casi olvidada. Hasta dónde se extiende la identidad de una ciudad que acaudala tantos sueños y aspiraciones.
Sus últimos años han sin duda sido los de borrar sus símbolos. Si como lo dijo Cabrujas, para reinventar la ciudad hubiese que primero destruirla. Adiós a tantos símbolos de su paisaje urbano, no están ya ni la tasa de Nescafé ni la esfera de Pepsi, el logo de Savoy ya no domina el paisaje de los Chaguaramos con su “sabor venezolano”. Lo lamentamos sin darnos cuenta que habíamos, tal vez, consagrado como emblema a dispositivos publicitarios. Cuando el presente se hace tenebroso nos aferramos a todo lo que nos recuerda un pasado mejor.
Pero cómo no llorar sus casas vascas que los conquistadores del erario público transforman en el dolor de las retroexcavadoras en torres de marfil, cuánto nos duele la desaparición de los rastros de esa Caracas de inmigrantes y de prosperidad que tanto nos hizo soñar, el deterioro de su fascinante arquitectura y urbanismo moderno. Se quiebra un pasillo cubierto, rompe el llanto.
A veces, parece que extrañamos una ciudad que ya no existe, pero como lo escribió Pablo Antillano, Caracas merece y demanda una mirada que se sobreponga a todos los obstáculos.
Por eso elegimos encariñarnos con su futuro, intimar con su devenir. Como la plantea en su ensayo Caracas será interior Jonathan Reverón. El cineasta y escritor venezolano nos habla del insomnio de su presente y prefiere refugiarse en una esperanza pragmática para concentrarse en una Caracas del futuro que ama la vida. ¡Qué magnífico escenario Caracas para enamorarse del mañana!
Por esta razón, nos apasionamos de lo vivo, de eso que permanece, así Isaac Pérez Solano nos habla en su ensayo Caracas: otro plano del futuro, de nuestro común amor a la ciudad en la que de vez en cuando nos da el sentimiento de habitar en un Jardín Botánico. Es así como el escritor caraqueño hace coincidir la esperanza de su futuro con su “vernalización”, encontrando en la botánica la metáfora ideal de las condiciones de su florecimiento.
En el marco de la celebración del aniversario fundacional de Caracas y de los 10 años del proyecto Ciudad Evolutiva, ambos autores fueron invitados para contarnos en ensayos sus visiones de la Gran Caracas por venir.
Bajo la misma premisa, el artista Carlos Sánchez Becerra reinterpreta imágenes del proyecto en una visión de la ciudad del futuro.
A través de una plástica llena de lirismo, Sánchez Becerra propone espejismos de una ciudad mestiza, a veces esquizofrénica, tumultuosa y heterogénea. Como si logrando transparentar el prisma de su violencia se lograse entrever un arcoiris que esconde un tesoro de criaturas antropomórficas, un derroche de vida y de energía. Sus pinturas revelan el aspecto de una urbe que construye su belleza en la cristalización de los contrastes: vegetal y mineral, humana y animal, urbana y rural, pobre y opulenta, blanca y negra. El futuro de Caracas surgirá sin duda en una nueva alquimia que proponga la articulación de sus diferencias para ofrecer a todos sus habitantes espacios de encuentro, una ciudad de convivencia.
La invitación a los tres autores propone celebrar las fechas del aniversario explorando las figuraciones de una ciudad mejor a través de lo sensible y de lo surreal. Buscando enlazar un pasado utópico y un presente incierto a un mejor futuro.
Irreductiblemente optimistas, arquitectos y urbanistas no renunciamos a imaginarle a Caracas un mañana óptimo. En esta intención se inscriben las invitaciones. Con esa misma energía que hace que el gremio en su conjunto se precipite a responder a cuanto concurso nos permita soñar en dibujarle un futuro. Cuántas serenatas le dedican a Caracas las escuadras de sus estudiantes de arquitectura o urbanismo, cuantas atenciones los profesionales de la ciudad.
Y qué urbe goza de tantos esfuerzos, incluso para conocerla, para aprender a mirarla, cuántos “arquitours”, semanas de la ciudad, cuántas guías de Caracas del valle al mar (Iván González Viso, Federico Vegas, Peña de Urbina Peña – 2015), y cuántas “rutas de autor” pueden atravesar una ciudad tan fragmentada. En su papel literario de 2003, El Nacional celebraba el aniversario fundacional de Caracas con un ensayo sobre un recorrido en la Ciudad Universitaria, como una iniciativa contra el antipático metal de la costumbre. Sus habitantes se rehúsan a aburrirse de la ciudad y son miles los caminos que proponen para redescubrirla.
De acuerdo a la afirmación de la arquitecto Hannia Gómez, Caracas, como la ciudad de Florencia, la fuimos construyendo para contemplarla cuando sus colinas se empezaron a urbanizar para mirar. Posiblemente, de tanto observarla, Gómez le consagra en cada letra tanta devoción, defendiendo con la misma energía una fuente de cuatro garzas en el centro histórico de Petare o el tesoro que Gio Ponti escondió en el Cerrito.
Así se acumulan las incontables atenciones que ha recibido la ciudad de habitantes e invitados, pues cómo resistir a uno de los sitios geográficos más privilegiados entre las capitales del mundo, a sus paisajes y su flora. En 2001, Enrique Peñalosa Londoño, Alcalde de Bogotá, nos recordaba durante una conferencia que Singapur está arborizada con los legendarios samanes de la capital para concluir que Caracas es absolutamente perfecta. Ya en los años 50, el historiador norteamericano Henry–Russell Hitchcock quedaba fascinado al descubrir la extraordinaria condición de su valle florido. Para anunciarnos como una premonición que “Caracas nunca tendrá el enorme tamaño de la Ciudad de México o Buenos Aires, ni el encanto relajado de Rio, pero con su admirable sitio asentado en las montañas y sus espectaculares paisajes celestes, ya ofrece un bosquejo más avanzado de la ciudad moderna que incluso São Paulo.
Caracas goza además de la fiel protección de tantos ilustres personajes. Para solo mencionar dos célebres “especialistas”, cómo no pensar en el acercamiento de arqueólogo apasionado de Graziano Gasparini o en el empeño de William Niño Araque que no dudaba en decir de Caracas me gusta todo, las lluvias, las sequías, la expresión de los conflictos; aquí lo malo es transitorio frente al imperio de la belleza, la topografía, el clima, los vínculos con el mar, la proporción del valle, las plantas, el ambiente tropical-caribeño de selva húmeda… Caracas es una de las urbes más hermosas del planeta, y única por El Ávila, inigualable jardín vertical.
En lo miles matices del verdor que domina la ciudad, se asienta la conclusión de este enésimo intento por alabar a la “Sucursal del Cielo”.
De nuestro origen forestal nos queda como especie una sensibilidad particular a los tonos de verde, dentro de todos los colores son los que percibimos con mayor precisión y diversidad.
Este regalo de la evolución sirve de pretexto para proyectar que las indispensables transformaciones de Caracas vendrán sin duda del reencuentro de la nobleza de su condición natural. En la masa biológica de la metrópolis residen sus esperanzas, imaginemos por unos instantes: la cobertura vegetal del Ávila se extiende y desarrolla en la capital venezolana a lo largo de sus caños y quebradas. Enverdecidos y renaturalizados estos nuevos paisajes son devueltos a los habitantes de la ciudad, acogiendo espacios públicos y naturales que reinventan la aventura colectiva de la polis. El río Guaire, liberado de su prisión de hormigón, se transforma, a la vez, en pulmón vegetal y corredor de las movilidades que reclama el futuro, espacio a los peatones, ciclovías y transportes alternativos. Estos nuevos paisajes del verdor y del civismo son diligentes con nuestros desatendidos barrios, ofreciéndoles equipamientos públicos y un acceso a la naturaleza, a sus infinitos beneficios…
No es muy difícil vislumbrar un mejor futuro para la “Sultana de El Ávila”, son tantos los recursos de los que dispone para ascender, del mar al valle, a su condición ideal.
La calima, que a veces nos asfixia, es el milagroso maná que alimenta el ecosistema más diverso del planeta. Cargada en fósforo y nitrógeno, el polvillo que nos molesta, venido del Sahara, continúa su viaje para nutrir la cuenca del Amazonas y las más grandes extensiones de selvas vírgenes del mundo. Así nos espera el futuro de Caracas, en el abrazo de sus samanes y en la voluntad de transformar sus accidentes en oportunidades.
César SILVA URDANETA

Fotografía cortesía Charles Brewer, Guia de Caracas del valle al mar: Guia de arquitectura y paisaje.
Utopías Surreales de la «Ciudad de la Furia»
En el marco de la celebración del aniversario fundacional de Caracas y de los 10 años del proyecto Ciudad Evolutiva, el artista plástico Carlos Sanchez Becerra fue invitado a desarrollar a través de sus pinturas visiones de la capital venezolana a partir de tres imágenes clave del proyecto de arquitectura y paisaje.
Sánchez Becerra, egresado de la Facultad Experimental de Artes de La Universidad del Zulia y cuyas exposiciones individuales incluyen la Fundación Nelson Garrido (Caracas); reinterpreta perspectivas del proyecto en su visión singular de la ciudad. La propuesta arquitectónica se convierte, entonces, en el escenario de la narrativa del artista donde se reúnen lo sensible y lo surreal para proponer una profusión de metamorfosis, donde la Ciudad, lo construido, las viviendas y el ambiente mutan para transformarse en riscos de pirámides, mausoleos de colores y esculturas de latón habitados por maquinas extraterrestres, criaturas zoomórficas, críptidos, entre otros individuos medio leyenda, medio ciencia ficción.
El artista reinventa igualmente la imagen más icónica desarrollada hace ya 10 anos, la postal de Identidad de Caracas: una representación fuerte y afirmada de uno de los principales componentes del paisaje capitalino en un enorme fresco urbano donde en los barrios se lee Caracas.
A través de su plástica llena de lirismo, Sánchez Becerra propone espejismos de una ciudad mestiza, a veces esquizofrénica, tumultuosa y heterogénea. Como si logrando transparentar el prisma de su violencia se lograse entrever un arcoiris que esconde un derroche de vida y de energía. Sus pinturas revelan el aspecto de una urbe que construye su belleza en la cristalización de los contrastes: vegetal y mineral, humana y animal, urbana y rural, pobre y opulenta, blanca y negra.
Originario del Zulia y actualmente residente en la ciudad de Carora, el artista cuyo recorrido lo llevo a vivir en Caracas; retiene de su estancia en la capital una experiencia estruendosa y casi ensordecedora, pero extremadamente estimulante desde el punto de vista artístico e intelectual. Sus travesías a lo largo del país, y sin duda su residencia Caraqueña, constituyeron las referencias mixtas: a la historia, la cultura, la fauna y la flora venezolana que habitan cada una de sus composiciones.
Carlos Sánchez Becerra hace interactuar un conjunto de relaciones al país, a una cultura artística cercana al «Lowbrow» con un leguaje colorido, en momentos travieso y sarcástico que se apropia códigos de la cultura popular como los cómics, publicidad y el street art.
Las obras de Sánchez Becerra son una celebración a Caracas. Figuraciones de la urbe que enlazan lo sensible y lo surreal para plasmar en mil colores las utopías del pasado presente y futuro de la «Ciudad de la Furia».
César Silva Urdaneta

Detalles de la reinterpretación de la Postal de Identidad de Caracas

Pasarela. Acrílico sobre lienzo. 2020

Cocodrila. Acrilico sobre lienzo. 2020
Caracas: otro plano del futuro

Instalación «Jardín» de Patricia Van Dalen. Universidad Simón Bolívar, Caracas 1998.
“…el que aleja o arrima el temblar de lo que se inclina…”, verso que se puede leer en el poema “En Este Valle”, del poeta argentino Hugo Mujica; me hace pensar en el nosotros, nuestra historia con Caracas—de idas y venidas—y su futuro. De idas y venidas, porque así lo fue para una generación y aún lo es para quienes forman parte de los que habitan en La Gran Caracas. Los símbolos que juegan con los sentimientos de otros al recordar la capital venezolana, son reemplazados por momentos que habitan en la memoria de quienes ella, inclusivamente, hace llamar su casa: “ciudad dormitorio” (Guarenas, Guatire, Los Teques, entre otros) e incluso de quienes crecen en sus cerros —”…de lo que se inclina”, como dice Mujica—, viéndola en picada y flotando en su eje. Creo que es, en el imaginativo común, lo que dificulta fantasear con el futuro de un lugar cuando pasas parte de tu vida dibujando el tuyo siendo un caraqueño, pero por el hecho de vivir las emociones de ella y no solo por haber nacido ahí.
En lo personal, me gustaría conocer todos los nombres que le tienen, porque significa que estaría contando una historia diferente, sería yo el educador de quienes me han dejado con la boca abierta al llamarla de maneras que me parecían raras e imposibles. Se entendería que también conozco…como nadie y como muchos. Aún así, encuentro refugio en los recuerdos, porque sé que esos detalles—las trinitarias pintando siempre los rincones de su valle o las perezas creando tráfico, mientras intentan atravesar la Avenida Rómulo Gallegos, por ejemplo—continuarán vivos, evitando que vivir en Caracas, crear y pertenecer a su gentilicio, pierdan sentido en la bruma incierta del tiempo futuro.
Caracas, Futuro. Caracas y el futuro. El futuro de Caracas. Caracas-Futuro. Todavía la formulación correcta yace en un paradigma levantado en realidades. Más allá de diseñar su porvenir imaginando nuevas versiones de la “Casa Mara” (Jorge Castillo diseña, 1972), es válido contemplar su futuro de otra manera.
Caracas, o la idea de vivir en ella, siempre ha sobresalido como habitar en un jardín botánico. Uno, donde El Ávila, concepto de inmensidad y esperanza ecológica, tiene un sentido que irrumpe en lo eterno, entre las costas del litoral y la zona metropolitana. Es ahi donde no se siente que los árboles sufren el peso de sus hojas, donde la humedad de sus días menos secos se convierte en rocío y el fuego, producto de aquellos más secos, evitan el silencio. Entonces, se debe hablar de Caracas y su futuro, pues ella ha estado abierta a abrazar las bondades de lo contemporáneo.
Caracas, con su propio estilo, no es como el mundo moderno, pues gracias a sus faldas montañosas seguirá abierta a la misteriosa llegada del viento que trae vida consigo, sin saber de dónde exactamente, el canto de grillos, fecundidad, locura y claridad para ver el horizonte.
Mientras este ensayo es escrito, la UNESCO anuncia la dislocación de parte de los Pasillos Cubiertos de la Ciudad Universitaria de Caracas (UCV), “sitio del Patrimonio Mundial”, resalta el tweet ofreciendo ayudar a las autoridades locales. Lo que me hace pensar en cuán difícil puede ser el vacío actual de mantenimiento, el trabajo que se avecina en el futuro. También me hace recordar y comparar a Caracas con las palabras de Fitz Lang (El Desprecio, 1963): “la ciudad de Homero es real, muy real”. Entonces, si hablamos de futuro, en el esfuerzo de bocetar esta realidad, es difícil obviar su pasado y presente, en lo que significa restaurar una ciudad y llevarla al desarrollo, en introducirla al nuevo milenio. Según Martha Thorne, Decana de la IE School of Architecture and Design y Directora Ejecutiva del Pritzker Architecture Prize, se deben replicar algunos modelos y prácticas que han demostrado que funcionan para ser optimistas sobre el futuro de las ciudades. “Todos estamos en el mismo barco”, afirma Thorne, “…si queremos un resultado positivo, debemos coordinar nuestras acciones en diversas áreas”. Aplicando la tesis de Thorne, en la Caracas del futuro se ve el anuncio del trabajo en la estructura invisible y en la palpable.
Sin embargo, la validez de lo que Caracas es ahora no agota las ansias de esperanza. Caracas otorgará y ofrecerá, pero con aires de capital, como siempre (de alguna forma) lo ha hecho. Sería romántico pensar que es gracias a su amabilidad que digo esto, porque también algunos acertaron en resaltar su hostilidad; pero entonces, ¿dónde quedaría su orgullo de primera ciudad del país? Incluso los propios venezolanos saben que se deben entender las reglas del juego para vivir en ella y aprovechar su premisa de tierra prometedora donde el destino humano sigue tan desnudo y expuesto como lo estuvieron sus primeros habitantes.
La idea de ella en el futuro se basa—un poco—en mi ilusión del pasado, en la fantasía de nuestro verso inconcluso, de verla desde lejos o en películas. Será una ciudad que no limitará a quienes habiten en ella con su superioridad, no se sentirá forzada a adaptarse, se encargará de retomar su propio proceso de vernalización que la historia escrita por el hombre detuvo a través del tiempo del país.
Puede que algunos crean que Caracas pide tajantemente, pero en mi experiencia me hace sentir que en su eco de libro abierto se pudo, puede y podrá entender la invitación a actuar en su divinidad.
Hablar de su futuro no es contemplar una conclusión.
Isaac Pérez Solano
Caracas será Interior
Paulatinamente voy flexibilizando mis días de guardar. Cuando me veo en la necesidad de explicar mi ausencia de eventos, de personas, personajes, lo que llaman escena social, explico que ando en una emigración interior, describo a un ermitaño, a una persona instrumentalizándose a sí misma para soportar “la insoportable levedad del ser”
Lo escribí en mi diario hace exactamente un año. Revisar qué he dicho y qué se ha hecho, es algo a lo que me he dedicado durante mis últimos dos años en Caracas. Tras desatarse el proceso hiperinflacionario se renovó mi esperanza en la palabra y su alcance dentro de la acción colectiva.
Una fe pragmática
Existimos porque alguien le dijo algo a alguien. Un susurro amoroso, infinitas lecciones son hijos del binomio entre la palabra y la acción. Me he ocupado en despejar mi concepto de la verdad. Siempre me he inclinado a la postura de Tomás Eloy Martínez, esa que reposa sobre su novela Santa Evita, donde metaforiza la verdad con la lógica de la serie de bifurcaciones.
Un nuevo santo de la iglesia es Saint John Henry Newman, su pensamiento ya goza de veneración absoluta en el mundo cristiano. Pero lo descubrí antes de su canonización, leyendo al filósofo británico-palestino, Theodore Zeldin, quien subraya la sabiduría que nos educa civilizadamente: aprendiendo primero a odiar antes de amar. Cada vez que expreso esa frase muchos se horrorizan o niegan rotundamente su espacio para el odio con un tono similar a quien reduce la memoria de varias generaciones, o bien quien desde la cultura hegemónica termina depredando la existencia a veces hasta del propio vestigio. Caracas odia.
Hemos conseguido remanso en la modernidad de la ciudad pero ya los restos de su esplendor se encuentran tan disminuidos como la esperanza ante un leproso entorno que anida para protegerse de la depredación. Hablo del gueto. Algo que para muchos parisiens es normal. Y algo que el actual confinamiento ha homogeneizado por mucho globalmente. Pero imaginemos conmigo cuando se vive en otro tipo de confinamiento, el que te impide desarrollarte en completa libertad o de acuerdo a la naturaleza y la escala de tus sueños. Sé que muchos emigrantes venezolanos están esperando la novedad de mi planteamiento hasta este punto. Me eximo de sumarme al debate sobre el futuro discutiendo con ceguera lo que José Balza brillantemente resume en “avalancha petrolera, despilfarro, desvergüenza y riqueza unilateral”.
El mismo Zeldin se acerca a una creencia que sostengo naturalmente: “las grandes guerras, apoyadas en la tecnología, están siendo sustituidas por conflictos de baja intensidad, una multitud de guerra de guerrilla, un renacimiento de hostigamientos tribales intermitentes desconcertantes para las naciones organizadas. La acumulación de armamento resulta vana; el futuro es de los grupos pequeños que ofrecen resistencia a otros mayores, que disparan contra ellos como francotiradores sin destruirlos pero desgastándolos, haciendo la vida incómoda y peligrosa”.
En estos días en que se cumplió otra conmemoración de la Batalla de Carabobo, sincrónicamente una red social me recordó que había citado al ensayista mexicano, Enmanuel Carballo, cuando dijo: «Amar un pueblo no es sólo gritar con él en fiestas patrias, es enseñarle el abecedario, orientarlo hacia las cosas bellas, por ejemplo, hacia el respeto a la vida, a su propia vida y, claro está, a la vida de los demás”. En México tiembla y al cierre de esta nota el Popocatépetl ha dado 169 exhalaciones.
La ciudad del futuro ama la vida
Para amar la vida hay que ejercer ese sentimiento sobre las cosas que construyen la ciudad. Para amar la ciudad y para construir el futuro se debe entender que sus despojos vienen con atribuidas culpas, ausentes sus conciencias de todo principio de corresponsabilidad. Para amar la ciudad hay que conocer su historia, inclusive conocer la memoria cercenada, verificar qué fuimos antes de los embalses.
Dice la escritora caraqueña, nacida en Rimini, Victoria de Estefano, que «Sin sueño no hay ensueños, sin ensueños no hay futuro, tampoco pasado: el insomnio es puro presente y su futuro es el horror de una vigilia sin meta vital: fuente cegada. El infierno». Es complicado imaginar una ciudad si el caos que también la habita le impide dormir en sana paz, le impide ese ensueño. O quizás, por esa acumulación de insomnios, el futuro está lleno de la calima que de cuando en cuando nubla el norte del valle, cuando sus símbolos y su memoria se desdibujan sin la evidencia de la experiencia.
Quizás no sean buenos días para imaginar la ciudad desde adentro. Al tiempo que imaginarla desde afuera es construir una utopía con la nostalgia del colectivo que la recuerda cariñosamente. Si Caracas sigue amando desbocadamente su pasado, si desvanecemos ante los errores de su belleza –y si sigue tutorada por gobiernos que imaginan la vanguardia como algo más nacional que universal– seguiremos ante una urbe que revisa el álbum de su esplendor con la borrachera del happy hour. Identidad y memoria, primero.
Mientras las cosas estén como están la ciudad del futuro se me hace íntima.
Jonathan Reverón
Jonathan Reverón es director de los documentales Don Armando y Madame Cinéma. Productor radial y gestor de proyectos culturales para medios de comunicación. Ha escrito, colaborado y editado en los principales medios de Venezuela. Publicó el libro de cuentos Los años después, y actualmente se encuentra preparando su tercer largometraje documental.

Interior abandonado del antiguo Café Atlantique en los Palos Grandes. Edificio Atlantic Arquitecto Angelo di Sapio. Foto César Silva Urdaneta, Agosto 2019